Esta noche


Un golpe seco de la puerta del patio le despertó. Apenas ya quedaba rastro de la noche tras la ventana, pero Lucia seguía durmiendo a su lado. Sintió la tentación de despertarla y hacerle el amor. En la mar, los días son duros en el trabajo y las noches eternas en la soledad, y esta última temporada en el “Anjana” había sido especialmente dura y solitaria.

Nada más abrir las sabanas sintió la estupenda sensación, ya olvidada, de los veinte años, y no solo por la evidente y manifiesta alegría escondida en sus bóxer, la cual con toda seguridad, despertó el perfume de la piel desnuda de Lucia. 

En esa extraña mañana soleada de otoño, igualmente extraño era despertar sin los dolores que la mar deja en los huesos de sus saqueadores. Pero aquella extraña mañana de otoño los dolores no estaban ahí. 

Después de la tormenta llega la calma, y al igual que la terrible marejada de la noche anterior trajo esa maravillosa mañana de otoño, los gritos de la última batalla ganada a Lucia dejaban paso ahora a la paz en el ring, en el que ella estaba ahora rendida. 

Lucia dormía, pero su rostro reflejaba el agotamiento de las noches en vela, quizás esperando que su insomnio acompañase el de Adrián mar adentro.

No lo pensó más, ya hablaría con ella cuando despertase. Termino de liberarse de las sábanas y encajó la puerta del dormitorio tras de sí. En el salón le esperaba, como siempre, su viejo amigo Charco. El nunca falla, siempre esta tras la puerta, cualquiera que sea la puerta, sentado, esperando la caricia que lo reactive. Pero Adrián seguía alucinando con su estado físico de aquella mañana. Se miraba las manos, curtidas entre cabos y redes, sus fornidos brazos, tostados de trabajo bajo el sol  y sus piernas machacadas por tanto golpe de la mar y ni rastro de dolor, se sentía joven. Solo dejo de pensar en ello al ver la puerta del patio abierta, la que da a la playa, otra vez. 

-Joder Lusi, que cabeza tienes. ¿Como quieres que me concentre en mi trabajo si tengo que preocuparme de ti?

Solo en ese momento se dio cuenta de que Charco seguía mirándole, desde el centro del salón, sobre la alfombra, quieto, esperando.

-¿Y tu, cuando vas a aprender a cerrar la puerta?. ¿Cómo estás campeón, vamos a dar un paseo?.

Salió al patio y comprobó rápidamente que la tormenta había decorado con su ordenado desastre toda la cala. La arena se amontonaba por aquí y por allá. Las algas cubrían buena parte de la orilla de la cala y un astillado tronco había remontado casi hasta el muro de casa. Pero esa mañana aquel pequeño big bang no le importaba, se sentía nuevo y no iba a dejar que nada estropease esa sensación. Así que descalzo, empezó a trotar camino a la orilla mientras le daba una voz a Charco para que le siguiese. Como siempre, solo eso bastó para que Charco abandonase su estado latente y comenzase la carrera tras el, pero nada más pasar el muro Charco se quedó parado, mirándolo, pero como si su mirada no se parase en Adrian y continuase mar adentro.

-Vamos!!! ¿Tú también estás enfadado conmigo? Tienes que pasar menos tiempo con Lusi.

Dejo a su fiel amigo guardando su regreso y siguió corriendo por la arena. El sol ayudaba a calentar su cuerpo, casi desnudo, mientras aceleraba la carrera. Aunque se sentía fenomenal, le preocupaba que Charco no le siguiese. Todo paseo le parecía poco y más de una vez le costó meterlo en casa. Pero ya estaba mayor, y quizás el fin se acercaba. Se quito rápidamente ese pensamiento de la cabeza y volvió a recordarlo de cachorro, cuando lo encontró en la calle, mojado por la lluvia y sentado en aquel charco de barro y agua. Si no hubiese sido por su rabito, moviéndose como una pez que se ahoga fuera del mar, no habría distinguido la vida de lo inerte. Lo metió en casa y lo envolvió en una toalla limpia. Se sentó junto a la chimenea con aquel cachorro rebozado en fango en su regazo y poco a poco ambos entraron en calor. El pequeño chucho dejó de temblar y dormía plácidamente, como si aquella fuese su manada de siempre. Adrián ni se movía, temía despertar al pequeño y  romper su tranquilidad. Su pelo, ya seco, estaba tieso por la suciedad y en aquel momento le pareció el cachorro más gracioso y feo que había visto nunca. Cuando al día siguiente pudo bañarlo con agua caliente, comprobó que su pelo era largo y suave, pero curiosamente, su color chocolate era el mismo del charco en el que venía envuelto, así que ya tenía nombre.

Durante meses no se separaron ni un solo día, incluso en las temporadas de pesca Charco era uno más de la tripulación. Llegó a cambiar de barco cuando el capitan del “Gades II” le prohibió llevarlo a bordo. Cuando Lucia llegó a la vida de Adrián, Charco ya tenía casi un año y su tamaño era considerable, por lo que no podía estar en el camarote junto a el y pasaba las noches en el suelo del puesto de mando, acompañando al responsable del timón del barco. Lucia se ofreció desde el principio a cuidarlo mientras Adrián estaba embarcado, luego, cuando se fueron a vivir juntos se convirtieron los tres en una familia. Aunque durante años esta peculiar familia se sintió plena, Lucia poco a poco fue sintiendo que faltaba algo. Los periodos en alta mar de Adrián se hacían largos también para ella y aunque la idea de criar en esa soledad a un bebé le daba un poco de miedo, estaba decidida y así se lo había dicho a Adrián en varias ocasiones, acabando siempre en una gran discusión, como la última antes de embarcar dias atrás. Este último recuerdo golpeaba ahora con fuerza la cabeza de Adrián, que ya había dejado la cala atrás y recorría ahora la playa de poniente, de fina arena y generosa orilla. Quizás era el momento de ceder ante Lucia, o más bien de asumir que estaba siendo egoísta con ella. Empezó a imaginarla sonriendo, llena de ilusión por su cambio de parecer. Le gustó tanto esa imagen, que comenzó a desear besarla en ese mismo momento, así que se dio media vuelta. 

En su cabeza ahora solo había sitio para Lucia. La imaginaba en la cama, como la dejó. Al llegar a casa le retiraría la sabana lentamente, contemplando como su cuerpo desnudo iba quedando al descubierto. Ella le conocía bien, en la cama no tenía secretos y ambos daban siempre rienda suelta a sus deseos. A el le apasionaba observarla mientras ella se tocaba y Lucia usaba este recurso cada vez que quería encenderlo irrevocablemente. Así la imagino, acariciándose sus pechos mientras lo miraba fijamente a los ojos. Ella dibujaba las más sensuales curvas de su cuerpo con sus manos mientras se mordía el labio. Poco mas necesitó imaginar Adrián para sentir de nuevo una ereccion descomunal. Tantos días fuera de casa, junto con la complicidad que tenía con Lucia en la cama, prometía un día de sexo de los que recordaría y rememoraría en varias noches de camarote.

Cuando ya veía a lo lejos el muro de la casa, decidió darse un chapuzón en el mar para librarse del sudor que recorría su torso. El agua estaba clara, de esos días que ves el fondo perfectamente y como los pececillos nadan entre tus pies. Conforme sus piernas iban entrando a la carrera en el mar, Adrián cerró los ojos y se lanzó de cabeza. Sintió el mar en su cara y abrió los ojos bajo el agua, pero solo vio oscuridad, la de la noche más oscura de su vida, y frío, mucho frío.

Lucia abrió sus ojos de repente, volvió a despertar en su pesadilla de los últimos días. La almohada estaba mojada, pero aún parecía poder empaparse de más lágrimas. Se asomo a la ventana y repaso con la mirada todo lo que el mar trajo la noche de la tormenta. Cañas, algas, troncos de árboles procedentes de no se sabe dónde, incluso un par de delfines aparecieron ahogados en la orilla, pero ni rastro del “Anjana”, ni de sus marineros, ni de Adrián. El mar se los tragó aquella noche tras un escueto mensaje de radio de su capitán pidiendo socorro -problemas en la sala de máquinas- y eso fue todo.

Salió al salón y se dirigió a la puerta del patio. Ahí pudo ver a Charco, junto al muro de casa, mirando al mar, como si esperase que Adrián volviese.

-Vamos Charco, ya ha amanecido, esta noche volveremos a dejar la puerta abierta por si vuelve, seguro que esta noche vuelve.

Charco volvió de su quietud y entró a la casa, Lucia, con la mirada puesta en la orilla, cerró la puerta con un golpe seco.

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